Esta columna está co-escrita con Manuel Sepúlveda, investigador de Educación 2020, así como con Diego Vela y Moisés Paredes, integrantes del Directorio de la Fundación.
¿Vamos ubicándonos? El 2013, los estudiantes seleccionados gracias a la ponderación del puntaje-ranking fueron algo más de cuatro mil en universidades del Cruch. Ellos egresaron de establecimientos con Índices de Vulnerabilidad Escolar un 15% superior a los cuatro mil que no entraron. Sólo 2% es el porcentaje de alumnos admitidos a universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica, que el año pasado vio afectado positiva o negativamente su ingreso por el uso del ranking.Los jóvenes que este año están migrando de liceos con notas exigentes a notas menos exigentes son aproximadamente el 1 por mil, sí pues, el 0,1% de los futuros admitidos. Para poner en perspectiva el escándalo nacional del momento.
¿Es el ranking necesario por razones de equidad social?
Sí. En la última PSU, en 898 establecimientos los estudiantes que alcanzaron el mejor promedio de su generación no pudieron ni siquiera postular a las 33 universidades adscritas al sistema único de admisión. No alcanzaron 475 puntos, el mínimo exigido.
Jóvenes que durante cuatro años asistieron a clases con responsabilidad y esfuerzo, obtuvieron las mejores notas de su generación y no alcanzaron el puntaje mínimo. ¿Malos liceos? No necesariamente. Una mejor definición sería: guetos socioeducativos de un sistema que segrega por nivel socioeconómico, e incluso por necesidades especiales, que descrema hacia arriba y expulsa hacia abajo.
La Prueba de Segregación Universitaria es un termómetro que aumenta la fiebre del sistema educacional. Desde que se implementó han aumentado las distancias entre colegios particulares y el resto. El ranking, en cambio, no tiene sesgo socioeconómico.
El ranking es un buen predictor de rendimiento futuro
A veces se cree que el uso del ranking es sólo por razones de equidad social. Pero se olvida que la PSU, demolida por el informe Pearson y que cumple más de 10 años (a pesar de que se pensó como mecanismo de transición), es un mal predictor de rendimiento futuro. En Chile, la mitad de los estudiantes no concluyen el programa en que se matricularon inicialmente y sólo el 8 % lo hace en el tiempo oportuno.
Por otro lado, se ha demostrado que el rendimiento académico de los estudiantes que ingresan a la PUC y la Usach, habiendo obtenido un promedio de notas en el 10% superior de sus escuelas, es mejor que el del resto de los estudiantes, cualquiera sea la carrera, año de ingreso y quintil de origen. Son, en suma, más “aperrados” que el resto, no importando su liceo de origen.
En Texas, los estudiantes en el 10% superior del ranking de su escuela son eximidos de los resultados en las pruebas de ingreso –SAT- y en California se exime al 4% superior. Es decir, lea bien, a los mejor rankeados se los exime totalmente de la PSU nortemericana. El ranking va en la dirección correcta no solamente por razones de equidad socioeconómica, sino también por capacidad predictiva del desempeño futuro en la educación superior. No es, como algunos creen, un “premio a los vulnerables”, sino una manera correcta de incluir estudiantes talentosos y esforzados.
Hay que mejorar el ranking
El uso de las notas de enseñanza media, NEM, ya por muchos años, fue una mala idea. A pesar de que ponderaba sólo 10% o 20%, esto dio o rigen a un desorden de manipulación de notas en algunos establecimientos. Otro más de los numerosos incentivos perversos que decoran el sistema escolar chileno.
El problema ahora es que se inventó una fórmula que en lugar de un ranking normal como se utiliza en USA, es una mermelada entre NEM y ranking, que cuesta entender, lo que es un defecto intrínseco de este “parche curita”.
Ejemplifiquemos este“pseudo ranking”. Léalo dos veces a ver si se entiende, porque no está fácil: un colegio cuyo promedio de tres generaciones sea 5.5 y donde la nota máxima sea 6.7 tendrá un puntaje ranking que promediará 517 y llegará hasta los 850 puntos. Los estudiantes que tengan un promedio inferior a 5.5 tendrán un puntaje ranking igual a su NEM (es decir, irán desde 517 hacia abajo). Los estudiantes que tengan un promedio superior a 5.5 tendrán una bonificación sobre su NEM, al punto que los estudiantes que tengan un promedio 6.7 tendrán 850 puntos por ranking.
Con esta fórmula “chiclosa”, una universidad que está -por ejemplo- dándole un peso del 20% al ranking y manteniendo las NEM en el 10%, está subiendo de facto el peso relativo de las NEM de 10% a 30%, agravando así el desorden de promedios de notas, e incentivando la migración de colegios en busca de mejor NEM.
Mejor sería usar de una buena vez el “ranking normal” en cada escuela. Esto significaría asignar un puntaje de acuerdo a la posición relativa entre las calificaciones de tres generaciones de una escuela, para morigerar la competencia intra-aula. Se eliminan de paso las manipulables NEM. Daría igual si el promedio de una escuela es 5.3 o 6.1, y los profesores comenzarían a poner notas verdaderas, para dar una retroalimentación correcta a sus alumnos.
Esta sería la solución osada (cosa que en Chile nos carga hacer), técnicamente correcta, que eliminaría esta sinfonía de incentivos perversos y conductas consecuentemente complejas de parte del 1 por mil de alumnos que han acaparado los titulares recientes. Además, se entendería más fácilmente el sistema de admisión.
En cambio, eliminar el ranking significaría más PSU, lo que seguiría avalando la enorme discriminación que han vivido decenas de generaciones en su ingreso a la educación superior. Sin embargo, no basta con tener más y mejor ranking. A futuro es indispensable contar con mecanismos que consideren variables que no pueden ser recogidas por una prueba estandarizada ni por las notas de la enseñanza media.
Es necesario, como se hace en países avanzados, considerar la participación en actividades extracurriculares, instancias de representación (centro de alumnos, selecciones deportivas, actividades artísticas), proyectos especiales. Por ejemplo, aceptar estudiantes para escuelas de pedagogía sin una entrevista personal que permita entender sus reales vocaciones y aptitudes puede terminar desperdiciando becas de excelencia o gratuidades de cualquier índole. Las becas o beneficios debieran entregarse en función de la trayectoria de los estudiantes y no en base a un puntaje de la PSU y la contratación de preuniversitarios para prepararla.
Es urgente, además, regular por vía de la acreditación los sistemas de ingreso a instituciones “no selectivas”, para generar un proceso de selección a la educación técnica profesional, que vincule liceos técnicos con la oferta de CFT e IP, y que considere efectivamente las capacidades y destrezas específicas necesarias en cada carrera.
La tasa de matrícula en jóvenes de 20 años en Chile es 45%, superior al promedio OCDE de 38%. A diferencia de la educación escolar, la superior no es para todos, sino para quienes la desean y tienen las aptitudes necesarias. Debe ser selectiva, de acuerdo a criterios sensatos, acordes a cada carrera. Hoy son bastante insensatos, y en la mayoría de los casos, inexistentes, lo cual ha sido un gran negocio para oferentes inescrupulosos.
Raya para la suma
Sabemos que el ranking requiere de ajustes urgentes. Con este mecanismo no se resolverán los problemas de la educación escolar, ni la desregulación y precaria calidad de la educación superior. Sin embargo,estamos convencidos de que el ranking es una medida positiva y necesaria, que beneficia a alumnos que tendrán un mejor desempeño en la educación superior y que hoy no cuentan con oportunidades por el simple hecho de ser pobres. Por tanto, oponerse al ranking es una simple defensa de privilegios, la “batalla del 2%”, y va en contra del anhelo de una educación de mayor calidad, equidad e inclusiva. Apoyamos el ranking para devolverle la importancia al desarrollo integral del proceso educativo.
Mario Waissbluth
Voces de La Tercera, 2 de septiembre