La matrícula de pregrado en educación superior ha pasado de 165 mil estudiantes a más de un millón en tres décadas (Centro de Estudios Mineduc, 2012). Entre 1990 y 2011, la cobertura bruta se ha triplicado, alcanzando un 46% (CASEN). De acuerdo a las Encuestas a Actores del Sistema Educativo del CIDE, mientras el año 2000 un 71% de los padres que tenían a sus hijos en el sistema escolar creía que sus hijos llegarían y concluirían la educación superior, el año 2010 esta cifra llegó al 88%. Entre los propios estudiantes la expectativa era de 72% y 79% respectivamente, casi independiente de su nivel socioeconómico.
Detrás de estos números y estas tendencias se encuentra una población que espera altos beneficios de la educación superior. Los estudios cualitativos del Informe Nacional de Desarrollo Humano 2012 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo indican que los sectores más vulnerables creen que la educación superior es el principal mecanismo de integración social y realización de sus proyectos de vida. Parte de estas altas expectativas se explican por la relación positiva que existe entre el nivel de ingresos del trabajo y los años de escolaridad. Según la encuesta CASEN, el ingreso promedio de quienes tienen educación superior completa es superior al millón de pesos, un 57% más que los que tienen educación superior incompleta y 2,8 veces más que quienes sólo completaron la secundaria. Diversos estudios han situado la tasa de retorno de la educación superior en torno al 20% anual, aunque la situación varía mucho entre carreras. De hecho, la mediana de ingresos con educación superior completa es de sólo $656 mil, lo que ilustra que los ingresos por sobre el millón de pesos mensual corresponden a una minoría de quienes han completado su educación superior.
Todo esto se ha traducido en el surgimiento de “una primera generación en educación superior”, es decir, los primeros en sus familias en ingresar a ella que, según diversos estudios, actualmente representan a más del 65% del total de estudiantes del sistema.
Las diferencias de rentabilidad por carreras y al interior de ellas entre distintas personas provocan que, a veces, los esfuerzos de los estudiantes y sus familias para estudiar en la educación superior no se traduzcan en mayores facilidades para encontrar trabajo o en mejores condiciones de empleo. El incumplimiento de la “promesa” de movilidad social a través de la educación superior después de haber realizado el esfuerzo -porque la sociedad no trata igual a todos- provoca malestar, más aún considerando que un 40% de los estudiantes de educación superior estudia con crédito (CASEN 2011), en tanto que un 29% de ellos trabaja (35% en los quintiles más pobres).
¿Nos estamos acercando a lo que ocurre en algunos países desarrollados que no son capaces de absorber a los nuevos profesionales o en los cuales se deteriora el nivel económico y social de ciertas profesiones? Al parecer no, al menos por el momento. La demanda por trabajo calificado, especialmente en algunas profesiones, ha aumentado más que la oferta, lo que evita el deterioro de sus remuneraciones. Asimismo, existen buenos indicadores en la página web futurolaboral.cl, que comenzó con promedios y distribución para algunas carreras y ya entrega información desagregada por carrera e institución e información que puede alertar a los postulantes sobre los casos donde hay exceso de oferta. En tercer lugar, si bien durante el año 2012 la matrícula de educación superior se ha expandido en 4,5% el año 2012, esto está por debajo del 6,9% del quinquenio anterior, en tanto que la matrícula de primer año disminuyó por primera vez. Cuarto, gran parte del costo de la educación superior lo asumen las familias (en el presente o en el futuro), lo que hace más coherente la demanda por estos estudios con las señales del mercado laboral. Quinto, la proporción de estudiantes de carreras técnicas respecto de carreras profesionales – algo deseable según algunos especialistas- ha venido aumentando gradualmente desde 0,47, en 2007, a 0,71, en 2012.
¿Basta con mejorar la información y dejar que el mercado funcione? Existen elementos que muestran insatisfacción con ciertos aspectos de este mercado respecto a los niveles de endeudamiento, la frustración por no sentirse adecuadamente preparado y orientado, la sensación de abuso por parte de algunos proveedores y la incertidumbre respecto a las verdaderas posibilidades que abre la profesión. Por todo esto resulta importante complementar la mayor disponibilidad de información sobre el mercado laboral con un buen funcionamiento de las instituciones encargadas de velar por la calidad y legalidad en la provisión de los servicios educacionales, en particular porque esta información es asimétrica y los compradores están expuestos al oportunismo del vendedor. También es conveniente orientar las decisiones vocacionales de los estudiantes que hacen el tránsito de la educación media a la superior, sobre todo aquellos que están menos familiarizados con este tipo de educación, y dotarlos de las capacidades para tomar adecuadamente y con libertad real estas decisiones. Hay esfuerzos de coordinación y orientación que difícilmente el mercado puede resolver (o los intereses corporativos acometer). Entre ellos, los relacionados con la duración de las carreras, la acreditación para el ejercicio profesional, la racionalización de la oferta en áreas particulares (como pedagogía y salud) y la producción de reglas del juego que garanticen un pensamiento crítico, independiente y de altos estándares (lo que no se resuelve con el libre juego del mercado, donde predominan los intereses de los actores con poder). La sociedad es mucho más que la suma de los intereses individuales y lo mejor factible no se puede alcanzar sólo resolviendo fallas de mercado: es una tarea política.
Pablo González, investigador Ingeniería Industrial, Universidad de Chile, y coordinador informe de desarrollo humano PNUD y Jorge Castillo, coordinador proyecto educación y desarrollo humano del PNUD
Pulso, 28 de noviembre de 2012