Creo sinceramente que Chile se encuentra en una encrucijada. Durante 30 años hemos vivido uno de los modelos más extremos de neoliberalismo económico del mundo. Fue diseñado por los Chicago Boys y Jaime Guzmán, teniendo el principio de la subsidiariedad del estado como su pilar estructural. Este estuvo a su vez profundamente enraizado en concepciones religiosas extremadamente conservadoras y patriarcales, así como en el autoritarismo militar.
El Estado Subsidiario. Según la doctrina social de la Iglesia, el Estado ejecuta una labor orientada al bien común cuando advierte que los particulares no la realizan adecuadamente, Al mismo tiempo, este principio pide al Estado que se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse por sí mismas en sus respectivos ámbitos. En suma, prima el autocuidado de la familia por si misma respecto a las responsabilidades que el Estado, como expresión solidaria del colectivo, pueda tener respecto al cuidado de sus individuos.
Convicciones morales. Detrás de estos principios, diseñados en los 80, continuados en democracia con un poco de resquemor pero continuados al fin y al cabo, y hoy estando reforzados por los mismos que lo diseñaron hace treinta años, no hay intenciones malignas. Hay una creencia profunda, una convicción moral, ética e ideológica, casi religiosa, de que el rol de los individuos y la familia no debe ser coartado en absoluto, o el mínimo indispensable.
La evidencia no importa. Pagar impuestos es entonces contra natura, una violación del esfuerzo individual. Que quienes pueden pagar por una mejor educación, pensión, carretera concesionada o plan de salud lo hagan es lo normal. Que las escuelas estén socialmente segregadas no es fuente de problemas éticos, como tampoco lo son las profundas inequidades de ingresos. Mientras crezcamos en promedio, las disparidades salariales no importan, la pobreza y la indigencia se intentan amortiguar como actos de caridad individual o del Estado. Existe la más plena convicción de que el crecimiento económico generará el suficiente “chorreo” de empleos como para mejorar las inequidades, a pesar de que 25 años de crecimiento casi ininterrumpido y a velocidades envidiables no han hecho mucha mella en la inequidad, ni en el clasismo, ni en la segregación social, escolar y territorial.
USA, nuestro modelo. El modelo que más le pisa los talones a Chile en su extremismo es USA, aunque es casi socialista comparado con Chile en cualquier indicador. Allá, en el 2010, el 93% del crecimiento del PIB fue a dar al bolsillo del 1% más rico. ¿Es ese el tipo de país que queremos construir? ¿Es lo ético? ¿Lo solidario? En Chile la CASEN ni siquiera se atreve a computar el ingreso de ese 1% más rico, entre otras cosas porque no habría manera de saber su verdadero ingreso.
Estado, consumo y religión. Cuando el Presidente Piñera llamó a la educación un “bien de consumo” ocasionó clamores de indignación. Pero si lo pensamos bien, el estaba siendo perfectamente consistente. No fue un error, ni una “piñericosa” jocosa. En este modelo la educación o la salud SI son un bien de consumo, transables en el mercado. Las frecuentes alusiones a Dios, los Tedeum magníficos, tampoco son inconsistentes. Las memorias del General Manuel Contreras, más allá de sus funestas labores, comienzan así: “Dios, Patria y Familia, pilares fundamentales de nuestra sociedad cristiano-occidental y objetivo de los múltiples enemigos que ha tenido en los últimos dos mil años desde la venida salvadora de Cristo-Jesús”. Que la vasta mayoría de los gerentes de grandes empresas de Chile –y hoy las autoridades de gobierno – hayan sido educadas en escuelas y universidades católicas es plenamente congruente con el modelo.
Barras Bravas. En este fundamentalismo no hay espacio para los grises. Se es blanco o negro. Estás conmigo o contra mí, y si estas contra mí eres posiblemente un agente del marxismo, un terrorista, o un ateo que será castigado por sus pecados. O un “inútil subversivo” cono dijera don Carlos Larraín.
Nos cambiaron el alma. El impacto más profundo que ha tenido el modelo, aplicado consistente y coherentemente por treinta años, no es tanto la inequidad en la distribución de ingresos, la segregación, o el positivo impacto del crecimiento económico. Es algo más insidioso. El individualismo, el clasismo y la desconfianza interpersonal se han ido apoderando del alma de los chilenos. A muchos ya les gusta la segregación en las escuelas. El desprecio y la desconfianza de clases no se da sólo entre Vitacura y La Pintana, también entre La Florida y La Pintana, y entre esta última y Lolol.
Se soltó el tigre. Frente a esta situación, los estudiantes y muchas familias explotaron el 2011 y lo están haciendo el 2012. Por cierto, a veces las demandas y quejas son poco estructuradas, maximalistas o irrealizables, pero es claro que los “indignados” llegaron para quedarse. Ya lo han demostrado fuera del ambiente estudiantil, en Pelequén, Aysén, Freirina, o parando el tránsito en las calles para quejarse por el Transantiago. Las frustraciones individuales se colectivizaron, y ese es un fenómeno irreversible. El tigre se soltó de la caja. Un buen pedazo del tigre ya le perdió el afecto a este modelo, aunque por cierto hay otro pedazo del tigre, la clase media aspiracional, que mas bien preferiría continuar otro rato ahora que “rascarse con sus propias uñas” se va haciendo más factible. Los templos de consumo del Mall ya están a su alcance.
Daños colaterales. Pero pareciera que a los ayatolas del modelo la alta incidencia de delincuencia juvenil, las conductas de las barras bravas, la violencia contenida en el ambiente, los miles de niños en el SENAME, los indigentes en las calles, los más de 30.000 desertores de enseñanza media que andan pateando piedras, los continuados abusos de las entidades de educación superior, las “malas costumbres” de la banca y el retail, el hecho de que algunos niños se eduquen con 50.000 mensuales y otros con 400.000 mensuales, que el gasto en FONASA vs el de una clínica privada sea aproximadamente 1 a 20 para el mismo tratamiento, los tuviera sin cuidado. Son un mero daño colateral del sistema, cuyas bondades están grabadas en piedra como las tablas de la ley.
Capitalismo salvaje o morigerado. ¿Qué hacer frente a esto? No tengo la menor idea si esto se resuelve en la próxima o una futura elección presidencial, pero si se resuelve tendrá que ser por una coalición de oposición completamente reformulada, que gane mayorías suficientes como para implementar por 2/3 del parlamento una reformulación política, tributaria y educativa de gran alcance, que permita transitar, ya no diremos a un modelo como el sueco o el alemán, pero a lo muy menos a un modelo en que el capitalismo salvaje se transforme en uno con mayores tintes socialdemócratas, en que el estado asuma un rol mayor visionando el futuro del país y cuidando mejor y más solidariamente a sus habitantes y su sustentabilidad futura.
La disputa será ética y valórica. Esa contienda no será programática, ni de planteamientos de políticas públicas y tributarias más o menos acertadas. No será una discusión tecnocrática, sino moral, ética y valórica. Lo que aquí está en juego es una visión de país en que prime el individualismo vs. la solidaridad, el proyecto-país vs. la mano libre del mercado como la solución a todos los problemas. Si emerge una nueva moral de lo público, una nueva épica solidaria (no mejor sino diferente, pues aquí nadie es el dueño de la superioridad moral) entonces las modificación de leyes y políticas públicas serán mera consecuencia.
Mario Waissbluth
Blog La Tercera, 20 de septiembre de 2012