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Las perversiones del SIMCE

Mario Waissbluth

 

Conversación real entre dos de mis nietos, mellizos de ocho años: “¿Juguemos a hacernos exámenes del colegio?” Respuesta: “Bueno, sí, ¡pero porfa que no sea SIMCE!”

Comienzo con una autocrítica. No me di cuenta del grave error que se cometió el 2011 cuando el Congreso aprobó, por alegre acuerdo de ambas coaliciones, la Ley de Aseguramiento de la Calidad de la Educación y la creación de su “brazo armado”, la Agencia de la Calidad, en la forma en que se hizo. El peor de los errores: darle a los resultados del SIMCE un 67% del peso en el “rankeo” de las escuelas, con las consecuencias asociadas al mismo.

Gardner describió en 1983 las múltiples inteligencias que deben ser desarrolladas en los niños para sobrellevar el “test de la vida”: a) lógico-matemática, b) lingüística, c) musical, d) espacial, e) kinestésica, es decir, del conocimiento de su propio cuerpo, f) interpersonal, g) intrapersonal, es decir, la comprensión de sus propios sentimientos y emociones, y h) del conocimiento de la naturaleza. Todas ellas deben ser desarrolladas en una delicada y compleja interconexión entre el aprendizaje en aula y la experiencia concreta del niño, sólo y trabajando en grupos. La UNESCO publicó recientemente similares definiciones de calidad educativa.

Es obviamente imposible que algunos de estos elementos puedan ser evaluados por las respuestas de los niños en un test de alternativas múltiples, ni siquiera con ensayos escritos. El simplismo reduccionista de los amantes del modelamiento estadístico trata de llevarlo todo al terreno de lo medible, y se niegan ciegamente a aceptar que ciertos elementos de la calidad sólo pueden lograrse con profesores y directores que tengan capacidad, cariño y pasión por lo que hacen, y confiar en ellos. Así se hace en los países que tienen éxito en la educación.

Un estudio de Canadá señaló en 1990 que, en promedio, uno de cada cinco estudiantes ha tenido experiencias de alguna de las siguientes naturalezas: abuso físico, sexual o emocional, descuido, alcohol y drogas, presenciar violencia, vida en extrema pobreza, o divorcio parental. No creo exagerar si estimo que esta proporción en el caso chileno es de tres en cinco ¿Está el sistema educativo, con su obsesión curricular y de resultados de pruebas estandarizadas, ayudando en verdad a nuestros estudiantes?

Estados Unidos ha estado experimentando un sistemático retroceso en los resultados de las pruebas internacionales. Sus políticas fueron descritas en el 2011 por Diane Ravitch, funcionaria y subsecretaria de Educación en los gobiernos de George Bush padre y Bill Clinton. No es una agitadora ajena al establishment. Su crítica y autocrítica es demasiado fuerte. Cita textual:

“En esta nueva era, la reforma educativa se ha caracterizado por la rendición de cuentas, los test con fuertes consecuencias, la toma de decisiones basada únicamente en datos cuantitativos, escuelas charter, privatización, desregulación, pago por mérito y la competencia por alumnos entre las escuelas. Todo lo que no se puede medir no cuenta.

Me he dado cuenta con consternación que los test estandarizados se han convertido en la preocupación central de las escuelas, y que ya no son sólo una medición, sino un fin en si mismo. He concluido que la rendición de cuentas, tal como está estipulada en la ley federal, ha logrado elevar el nivel de embrutecimiento de las escuelas, mientras los Estados y los distritos escolares se esfuerzan por alcanzar metas poco realistas.

El Dallas Morning News analizó las puntuaciones en todo el estado de Texas de la prueba TASK – que es determinante en la remuneración de los maestros y la reputación de las escuelas – y encontró evidencia de que decenas de miles de estudiantes hicieron trampa cada año, sin ser detectados o castigados.

Una escuela puede delicadamente eliminar a los estudiantes de más bajo rendimiento y aun así ser capaz de presumir que la mayoría o la totalidad de sus estudiantes son afro-americanos, hispanos o de bajos ingresos. Los investigadores educativos llaman a esto “descremar”. Las escuelas selectivas pueden mejorar sus resultados asesorando a los estudiantes disruptivos para transferirse a otra escuela, o reprobar estudiantes de bajo rendimiento, que luego terminan por irse. No sólo las escuelas selectivas lucen mejor si excluyen a los rezagados, sino que las escuelas públicas tradicionales lucen peor, ya que por ley deben aceptar a aquellos que no fueron admitidos o fueron expulsados de las escuelas selectivas.

Otra manera en que una escuela puede mejorar sus resultados es la disminución de la participación de los estudiantes de bajo rendimiento en las pruebas estatales. Estos estudiantes son alentados a quedarse en casa el día de la gran prueba, o pueden ser suspendidos justo antes del día de la prueba. A veces, estos estudiantes terminan inadecuadamente enviados a escuelas de educación especial”

¿Le suena conocido?… Veamos ahora lo que dice el director de una escuela escocesa:

“El Estado creyó que debe y puede medir cualquier aspecto de la realidad escolar, para decirnos “objetivamente” que tan “buenos” somos. No lo logró. Hemos creado un monstruo de especificaciones y un mecanismo de fiscalización para aplicarlos. Respecto al currículum creamos una matriz laberíntica de metas de cumplimiento y un modelo de aprendizaje “productizado”. Escocia e Inglaterra se convirtieron en los líderes mundiales de las especificaciones fijas y el silenciamiento de la voz profesional. Como dijo el Cambridge Primary Review el 2009, “los niños no pueden aprender a pensar por si mismos si a sus profesores meramente se les dice lo que tienen que hacer”.

Mientras la provincia de Alberta en Canadá acaba de anunciar que está entrando en retirada en materia de sus tests estandarizados, su forma de aplicarlos y sus consecuencias castigadoras, el chilean way escoge una vez más profundizar estos errores. Nueva Zelanda está en el mismo proceso de “des-simce-ficación”. Un ministro de Educación de Singapur declaró en 2005 que “los niños debieran ser educados para el test de la vida, no para una vida de tests”.

El peor incentivo perverso de la Simce-ficación afecta a alumnos de todos los estratos sociales: en la gran mayoría de las escuelas la instrucción se focaliza, predeciblemente, en aumentar estos puntajes estandarizados. Lo importante pasa a ser aprender los trucos para el llenado de los facsímiles de pruebas, no necesariamente la comprensión profunda, la creatividad y el trabajo en equipo. ¿Cuántos niños y adolescentes han sido conducidos a la situación de “materia pasada y aprobada” = “materia olvidada”, incluso en escuelas particulares pagadas?

En estas caras escuelas, con gastos per cápita equivalentes a los de Europa, nuestros resultados internacionales en el test de PISA dejan mucho que desear. Cuando terminan el repetitivo y tedioso llenado de facsímiles SIMCE, comienzan con los facsímiles PSU. Esquizofrenia pura. ¿Cuál es el verdadero interés por aprender, el pensamiento crítico y la capacidad de redacción de nuestros estudiantes universitarios, incluso en las instituciones más reputadas?

Con la aparición de la Agencia de la Calidad, la frecuencia de mediciones del SIMCE ya llegó al extremo de lo insólito: 2º Básico, 4º Básico, 6º Básico, 8º Básico, 2º Medio, y últimamente un SIMCE de inglés en 3º Medio. Se persiste en creer que la aplicación interminable de termómetros educativos va a producir una sana competencia que va a mejorar los resultados.

Lo único que se está logrando es tener a un gran porcentaje de profesores y escuelas entrenando a diario facsímiles del SIMCE. Excesivo énfasis en el teaching to the test sólo conduce a cheating in the test (falsear o distorsionar los resultados), y a que profesores y alumnos actúen como robots mecanizados con escasa capacidad de discernimiento y creatividad.

Un reciente reportaje de la Revista YA se titula “Niños sobreexigidos: la indebida presión del SIMCE”. Los relatos de niños de 6 y 8 años con crisis de pánico, por las exigencias de algunas escuelas para poder “rendir mejor SIMCE” son indignantes… y la Agencia de la Calidad continúa impertérrita con sus planes para aumentar la frecuencia de estos tests. Ya no será sólo cheating in the test, será driving crazy by the test (enloqueciendo con los test)

Las principales motivaciones de las personas, en particular de los profesionales, no son extrínsecas a ellos mismos (remuneraciones, metas, bonos, multas y castigos) sino que son intrínsecas: sentido de misión, autonomía para innovar, y la posibilidad de progresar en su carrera y ser cada vez mejores. Sin embargo, continuamos aplastando el desarrollo profesional e introduciendo lógicas competitivas (clasificaciones y/o rankings) cuando – está comprobado en todo el mundo – las prácticas colaborativas entre escuelas y dentro del aula son esenciales para elevar la calidad agregada del sistema.

Si esta cuestión ya resulta compleja, asociar los resultados de dichas clasificaciones a consecuencias que incluso implican el eventual cierre de la escuela es, a juicio de muchos expertos internacionales, una política completamente errónea, en especial cuando las condiciones en las que se desarrollan los distintos establecimientos son tan desiguales, y cuando dependen de decisiones del sostenedor sobre las cuales a veces no tienen ningún control.

Por ahora, el Consejo Nacional de Educación debiera someter a amplia consulta las peligrosas medidas que está a punto de aprobar, a proposición de la Agencia. Luego, la primera medida que debe adoptar el próximo gobierno, cualquiera este sea, es modificar esta Ley la para controlar las graves distorsiones sociales y pedagógicas que está generando el ab-uso del SIMCE en el sistema escolar.

Gardner, H. (1983) Inteligencias múltiples, Paidos // Brendtro, Larry K., Martin Brokenleg and Steve Van Bockern (1990) Reclaiming Youth at Risk: Our Hope for the Future, Solution Tree Press. // Ravitch, D. (2011) The Death and Life of the Great American School System: How Testing and Choice Are Undermining Education, NY. // MacKinnon, N (2010) Comment , The Times Educational Supplement Scotland, June 25th

 

 

Mario Waissbluth
Blog La Tercera, 21 de julio de 2013