La política de financiamiento compartido ha estado en la discusión en estos últimos días, en gran medida, porque varios candidatos presidenciales han propuesto su eliminación. Se la asocia, y con razón, a la significativa segmentación por nivel socioeconómico de nuestro sistema educacional.
En estas líneas nos referimos al efecto del financiamiento compartido sobre los resultados educativos. Esto, en el marco de una tesis realizada en el Magíster de Economía Aplicada de Ingeniería Industrial, cuyo objetivo fue determinar el efecto de este tipo de financiamiento sobre el rendimiento escolar medido a través de las pruebas SIMCE. En concreto, en los resultados de las pruebas SIMCE de 8º básico (2009) y 4º básico (2005), rendidas por los mismos alumnos.
Estimar este efecto no es una tarea sencilla. Esto, porque la simple comparación de puntajes promedio en la prueba SIMCE entre los estudiantes que asisten a establecimientos con y sin financiamiento compartido no produce resultados válidos, debido a que los niños que van a colegios con financiamiento compartido tienen características diferentes de los que asisten a colegios gratuitos. Asimismo, los colegios que optan por cobrar financiamiento compartido son diferentes en diversas dimensiones de los que deciden no hacerlo. Por lo tanto, es necesario utilizar métodos estadísticos que eliminen, o al menos minimicen, el sesgo de selección asociado a no estar contrastando niños y colegios con exactamente las mismas características. Así, para poder comparar colegios con y sin financiamiento compartido nos concentramos en los establecimientos particulares subvencionados, ya que muy pocos colegios municipales cobran a los padres y los que lo hacen piden un monto muy reducido.
Los datos muestran que los padres cuyos hijos asisten a establecimientos particulares subvencionados con financiamiento compartido tienen, en promedio, mayores ingresos, niveles más altos de educación, más recursos para estudiar en casa (libros, computador, etc.) y expectativas más altas sobre la educación que alcanzarán sus hijos, en comparación con los padres cuyos hijos asisten a establecimientos particulares subvencionados gratuitos.
Otro elemento importante de este estudio es que toma en cuenta la presencia de efectos heterogéneos, es decir, evaluamos cómo varía el efecto del financiamiento compartido sobre el rendimiento escolar, según los años que el colegio lleva en el sistema y el monto que cobra a los padres.
Los resultados -robustos, ya que se utilizaron diferentes técnicas econométricas y con los distintos estimadores se obtuvieron resultados similares- permiten establecer que el financiamiento compartido tiene un efecto positivo sobre el rendimiento escolar sólo cuando el colegio lleva más de cinco años cobrando a los padres y cuando el monto es superior a $8000 mensuales. Sin embargo, estos beneficios de largo plazo sólo se ven reflejados en los puntajes de matemáticas, pues en lenguaje no se aprecian diferencias entre los colegios que cobran y los gratuitos, independiente de los años que el establecimiento esté en el sistema y del monto que pida.
Por su parte, los colegios particulares subvencionados que llevan menos de cinco años con financiamiento compartido no tienen mejores resultados académicos que los gratuitos (ni en matemáticas ni en lenguaje). Más aún, es importante señalar que gran parte de las diferencias en rendimiento escolar entre los alumnos que asisten a establecimientos particulares subvencionados con financiamiento compartido y los que asisten a establecimientos gratuitos, son atribuibles a diferencias en las características de los alumnos y de sus compañeros de curso. Cuando se compara a estudiantes y cursos con características similares, el efecto disminuye considerablemente en matemáticas y desaparece completamente en lenguaje. Esto significa que el efecto sobre los resultados escolares del financiamiento compartido opera fundamentalmente vía la homogeneización de la sala de clases.
Lo que el sistema de financiamiento compartido hace es escoger a los niños a través de la capacidad de pago de sus padres y ponerlos juntos en la misma sala de clases. Así, los resultados obtenidos en el SIMCE no se deben a que los colegios agreguen más valor, sino a que los niños tienen ventajas de origen que les permite rendir mejor. Estamos, por tanto, en un mundo en que los padres escogen colegios de acuerdo a su capacidad de pago y los colegios, en vez de esforzarse por entregar buena educación, tienen incentivos para conseguir alumnos con padres de mayor nivel socioeconómico.
Esta realidad no sólo significa que la calidad de nuestros colegios no aumenta, implica que los niños no interactúan con otros niños provenientes de diferentes contextos sociales y culturales, lo que, sin duda, es malo para la convivencia social; más allá de los resultados escolares.
Idealmente la escuela debería ser un espacio de aprendizaje con los demás y acerca de los demás, de forma de educar en el respeto de los derechos del otro, formando individuos que sepan asumir sus responsabilidades ciudadanas. El desafío que tenemos es crear un sistema con muchos colegios dignos de ser elegidos, que estén abiertos para todos, de manera que los niños y jóvenes estén preparados para participar en la vida política, social y económica del país. Por ello cobra mucho sentido la propuesta de eliminar el financiamiento compartido y sustituirlo pari passu por aumentos de la subvención del Estado.
Alejandra Mizala y Trinidad Saavedra, Centro de Economía Aplicada (CEA), Ingeniería Industrial, U. de Chile
Diario Pulso, 28 de junio de 2013