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Carta a un apoderado

Mario Waissbluth

Estimado apoderado o apoderada de escuela particular subvencionada:

Seguramente Ud. ha escuchado algunas amenazas y campañas del terror, del tipo “el fin del financiamiento compartido es el fin de la educación particular subvencionada”, “quieren estatizar las escuelas particulares subvencionadas”, “el fin del lucro es el fin de la educación subvencionada”, “quieren terminar con la libertad de elección de escuela”, o “al desaparecer el copago va a empeorar la calidad”.

Es posible que las propuestas de Educación 2020 y de algunos candidatos, de poner fin gradualmente al financiamiento compartido y el lucro en las escuelas particulares subvencionadas, al combinarse con estas apocalípticas afirmaciones, le estén causando un comprensible temor. Si me estuvieran anunciando esas cosas terribles sobre el colegio de mis hijos o nietos yo también me preocuparía.

Me adelanto a decirle que son falacias, cuyo propósito es meramente electoral. No se deje engañar. Una vieja táctica de comunicación política consiste en exagerar las posturas de los contradictores, para ridiculizarlas y causar temor. Los autores de esta campaña nos retrotraen, tristemente, a la campaña del terror en el plebiscito del SI y el NO, cuando se nos decía que el retorno de la democracia implicaba que los tanques soviéticos rodarían por las calles de Santiago.

Me explicaré. Existen cuatro tipos de escuelas particulares subvencionadas. Las hay que cobran copago, y otras que no. Las hay con fines de lucro, y otras que no, en todas sus combinaciones. Ud. tiene a sus hijos en alguna de ellas. Las que no cobran copago y no tienen fines de lucro no tienen nada que ver en esta discusión. Siguen igual.

Usted no debe preocuparse en los otros tres casos, sino por el contrario, alegrarse. Es obvio que usted tomó la decisión de poner a sus hijos en alguna escuela particular (con financiamiento compartido y/o fines de lucro) con el único propósito de brindarles la mejor oportunidad que su familia estimó conveniente. En primer lugar, debe alegrarse porque, si antes Ud. copagaba, digamos, $30 mil mensuales, próximamente, cuando la subvención general aumente por ejemplo en $13 mil mensuales, Ud. sólo va a tener que pagar $17 mil, y los recursos de su escuela continuarán siendo los mismos. Lo que queremos lograr con esto es que, si otro apoderado de su vecindario quería poner a su hijo en la misma escuela que el suyo, y le resultaba oneroso pagar $30 mil, también lo pueda hacer. Posiblemente sea un amigo de su hijo en el barrio. Yo creo que es justo para su vecino y conveniente para Ud. ¿No le parece?

Por lo demás, quiero decirle que hay evidencia contundente que señala que, si en su escuela hay una cierta composición socioeconómica de alumnos, y al frente hay otra escuela particular subvencionada con idéntico tipo de alumnos, y que NO cobra copago, los resultados académicos son muy similaresi. En otras palabras, incluso si su copago desapareciera bruscamente (cosa que no va a ocurrir), lo más probable es que la calidad de la escuela continúe igual. Vaya uno a saber qué están haciendo los dueños con los recursos de su copago.

Supongamos que su escuela, además, tiene fines de lucro. Me adelanto a decirle que yo creo en el mercado y el lucro en los automóviles y los cepillos de dientes, mas no en la educación. La razón es que los mecanismos de competencia de mercado en la educación provocan demasiados incentivos perversos, que impulsan a los dueños de estas escuelas, aun a los más serios y honestos – para poder competir mejor con otras escuelas – a conductas tales como dejar en su casa a los alumnos menos aventajados para que “no luzca mal el SIMCE”, o a expulsar injustamente a los alumnos menos aventajados, para que “no se les ensucie el SIMCE”, y así obtener más alumnos. A Ud. no le gustaría que eso le pase eso a su hijo, ¿verdad? Todos los niños aprenden a diferentes velocidades, lo sabemos.

También puede ser que los recursos que el Estado o Ud. le dan a la escuela estén siendo utilizados, en realidad, para expandir la red de escuelas del sostenedor en lugar de mejorar la calidad de la suya. ¿A Ud. le gusta esa idea?

Por cierto, hay escuelas particulares subvencionadas con copago y fines de lucro que hacen una muy buena labor. Pierda cuidado que nadie está pensando en expropiarlos, sino en llegar a acuerdos de largo plazo con los dueños para transitar ordenada y gradualmente al modelo sin fines de lucro, posiblemente con un contrato de concesión muy transparente para usted. A todo esto, no crea que los dueños invirtieron demasiado dinero. La mayor parte de los recursos fueron provistos por la subvención de Jornada Escolar Completa, por la subvención general, o por su propio copago. Pero, créame, nadie pretende tener actitudes expropiatorias, ni eliminar su elección de escuela, de la modalidad que Ud. prefiera.

Por lo demás, si Ud. estima que es bueno que los padres que pueden aporten con dinero al desarrollo de la escuela de sus hijos, no hay ningún problema. Sólo que estamos proponiendo hacerlo como en Holanda, es decir, vía aportes voluntarios al Centro de Padres, que después escogerá que tipo de donación hacerle a la escuela. Fíjese además, en Holanda y Bélgica existen mayoritariamente escuelas particulares subvencionadas, sólo que no pueden cobrar copago ni pueden tener fines de lucro. Estos exportadores de tulipanes y deliciosos chocolates no son precisamente marxistas. ¿Por qué lo harán? Es bueno que Ud. se lo pregunte.

Además, no sé si Ud. lo sabe, cuando lo están obligando a gastar $150 mil anuales en libros, esa es en realidad otra elegante manera de “espantar” a aquellos que no pueden pagarlos, lo cual en el fondo es otro copago encubierto. Esos libros son prácticamente idénticos a los que el MINEDUC le entregó gratuitamente a su escuela, pero que esta escogió guardar en bodega. Esos libros, con virtualmente el mismo contenido, le costaron al MINEDUC $1.500 pesos c/u, y usted está teniendo que pagar $15 a $25 mil por otro casi idéntico, con cinco o diez páginas más, y en papel un poco más elegante. Si de nosotros dependiera, también terminaríamos con esta práctica abusiva. Y si a los libros del MINEDUC hay que imprimirles diez páginas más, ningún problema.

Por otro lado, es bueno que sepa que tenemos el sistema educativo socialmente más segregado del planeta. Peor que todo el resto de América Latina, incluso. Esto significa que su hijo, si Ud. puede pagar $30 mil mensuales, sólo convive con los hijos de los que pueden pagar $30 mil, no con los que pueden pagar $50 mil, $100 mil, $10 mil, o con los que no pueden aportar porque no tienen.

Más allá de los efectos socialmente perversos de esta segregación, quiero destacarle los efectos positivos de la integración escolar para sus hijos. Si entendemos la educación meramente como SIMCE y su valor cognitivo (si es que verdaderamente lo tiene), así como para establecer redes sociales de “apitutamiento”, es beneficioso, para los padres que pueden, segregar a sus hijos con otros pares de su mismo nivel socioeconómico y académico. Pero la capacidad para trabajar en equipo, para relacionarse empática y emocionalmente con superiores, pares y subordinados, saber respetarlos y entenderlos en sus diferencias y motivaciones, es un componente clave de las habilidades laborales y para la vida en general. ¿Quién, entonces, recibirá una mejor “calidad de educación” en el sentido profundo de la palabra? ¿El niño segregado o el integrado? ¿El niño que observa prácticas inadecuadas en su escuela o el niño que observa cómo se trata a todos los alumnos con el mismo respeto, independientemente del nivel de ingreso de sus padres? Fíjese que ni siquiera los alumnos que hoy asisten a las más caras escuelas de Chile están obteniendo resultados satisfactorios a nivel internacional.

En otras palabras, estimado apoderado, no estamos proponiendo terminar gradualmente con el copago y el lucro en la educación escolar por un mero prurito ideológico, sino porque estamos convencidos que esta modalidad “a la chilena”, que por cierto no existe en ningún país avanzado salvo como experimentos marginales (y de deficientes resultados), es malo para sus hijos y también para la sociedad en su conjunto.

Con otro argumento, de carácter más colectivo que individual, termino y no lo molesto más: Tomas Schelling, Premio Nobel de Economía 2005, escribió hace muchos años un texto que en español se llamaría “Micromotivos y macroconductas”ii. En él explica cómo las personas (o las organizaciones), reaccionando a su entorno inmediato, no se dan cuenta de que sus acciones individuales, combinadas con las de otros similares, producen imprevistas consecuencias colectivas que pueden ser muy problemáticas para todos.

En Chile, no hemos sido (y me incluyo) capaces de vislumbrar las terribles consecuencias colectivas de las decisiones que adoptan tanto las familias como las escuelas sometidas a las reglas del juego de este perverso “mercado escolar”. Cada uno, muy comprensiblemente, actúa como mejor cree que le va a ir a él y los suyos. Así, hemos terminado armando esta suerte de “apartheid educativo” estilo sudafricano, tanto socioeconómico como académico y cultural, que puede terminar destruyendo la escasa cohesión social que nos va quedando. Lo estamos viendo a diario… según la encuesta Latinobarómetro, somos uno de los países más desconfiados del mundo. Así, jamás seremos desarrollados.

No hay evidencia de ningún país que haya podido lograr buenos resultados educativos con elevados indicadores de segregación socioeconómica y académica. ¿Hasta cuándo persistiremos en esconder la cabeza bajo la tierra como avestruces para persistir compulsivamente en un modelo de mercado grotescamente ideologizado, que no funciona en lo educativo y que inevitablemente profundiza la desintegración social? Estimado apoderado: le ruego que no se deje engañar, por el bien de sus hijos y del país.

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i Mizala, A., Torche, F. (2012) “Bringing the schools back in: the stratification of educational achievement in the Chilean voucher system”, International Journal of Educational Development 32, pp 132–144

ii Schelling, T. (2006), Micromotives and macrobehavior, Norton, N.Y

Mario Waissbluth
Blog de La Tercera, 22 de junio de 2013