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Mercado educativo e incentivos perversos

Mario Waissbluth

La movilización estudiantil trajo consigo la controversia ideológica más virulenta que hemos tenido en décadas. La disputa en torno al lucro y al mercado en educación ha separado al país en  bandos irreconciliables: los que claman por la desaparición del lucro y quienes lo defienden a brazo partido. El tigre anda suelto. ¿Hay puntos intermedios de acuerdo posible, de manera que el país no tenga violencia en las calles cada cierto tiempo?

Creo en el lucro en el mercado de los automóviles o en las panaderías. Competencia casi perfecta y consumidores informados. Si compré en Panadería Las Migajas, y el pan no me gustó o era caro, mañana voy a Las Marraquetas. Los precios bajan y la calidad sube, al calor de la competencia.

En los 80, Chile decidió implantar en educación el modelo más mercantilizado del mundo, tanto a nivel escolar como superior. Este no es juicio valórico sino mera constatación. No tiene parangón   en el planeta, menos aún en la OECD. El supuesto era que la competencia -prácticamente desregulada por 30 años- permitiría aumentar la oferta privada con “consumidores informados” eligiendo por calidad y precio. Hasta hoy resulta más fácil instalar una escuela privada con subsidio público o un Instituto Profesional con fines de lucro que obtener una patente de alcoholes. La acreditación de la educación superior existe desde hace sólo cinco años, con carácter voluntario. Menos del 20% de las carreras ha utilizado esta herramienta.

El problema es que los “consumidores de educación” no están bien informados ni tienen capacidad para discernir sobre el gelatinoso concepto de “calidad del producto”. El 70% de los apoderados y el 40% de los egresados de media no comprende lo que lee (al témino de la educación superior esta cifra se reduce a 35%!); el 95% no sabe que existe la acreditación de carreras; no se entiende qué significa un SIMCE de 250 puntos, menos aún la calidad de una carrera de “Ingeniería de Ejecución en Peritaje Criminalístico”… o Aromaterapia. La asimetría entre comprador y vendedor es total.  Si el consumidor llegara a constatar que la calidad no era adecuada, no le es fácil cambiar de proveedor. Ya transcurrieron dos o tres años y se endeudó.

Así, en este mercado desregulado, asimétrico y opaco las conductas perversas afloraron. Ofrecer buena calidad y precio es hasta hoy un asunto de ética, no de presiones del mercado. Por ende, hay desde excelentes proveedores, con y sin fines de lucro, hasta verdaderos bandidos, con y sin fines de lucro. Con un poquito de creatividad se pueden desviar recursos en escuelas y universidades sin fines de lucro; sociedades “espejo” existen en ambos sectores.

El catálogo de conductas perversas es amplio. La historia del sostenedor que llega en su 4×4 mientras la escuela tiene goteras no es mito. Un reciente reporte de Ciper reveló que el 25% de las escuelas particulares subvencionadas de la Región Metropolitana adultera asistencia para cobrar más subsidio. También resulta buen negocio no aceptar o deshacerse de alumnos desaventajados para así “lucir un mejor SIMCE”. Otro buen negocio es segregar socialmente los alumnos de acuerdo a capacidad de pago y así venderle a los apoderados -no una mejor calidad intrínseca- sino “mejores compañeros”. Los indicadores de segregación social del sistema educativo de Chile son los peores del mundo.

Al calor de la expansión de la matrícula de educación superior -se triplicó en una década-  surgieron verdaderos emporios de “venta de cartones”, de aranceles muy elevados. La Universidad del Mar es la punta del iceberg. Resultado: del millón de estudiantes, aproximadamente 40% termina desertando y endeudado y otro 30% termina con un cartón “trucho”, cuya deuda no podrá repagar ni en 20 años. Los estudiantes protestan contra el abuso generado por una educación segregada y un mercado completamente desregulado. Un fenómeno que ha sido parecido en USA, con crecientes y similares protestas.

La apuesta del gobierno es que el tema se solucionará con la Agencia de la Calidad y las Superintendencias de Educación Escolar y Superior, así como con la transparencia financiera de todas las entidades. Estos, sin duda, son pasos bienvenidos e imprescindibles que se debieron haber adoptado hace mucho tiempo. La pregunta es si el tigre ideológico que se soltó volverá a la jaula ante esta tardía solución técnica. Sospecho que no. No habrá candidato presidencial que pueda aspirar a ganar si afirma que mantendrá el modelo de mercado y el lucro tal como está. Si, además, plantea que va a aceptar universidades con fines de lucro, se suicidaría políticamente.

¿Se puede eliminar el lucro de 3.800 escuelas particulares y de 150 Institutos y Centros de Formación Técnica? Difícil. Sería un acto expropiatorio, a ser compensado con sumas siderales, y hoy no habría cómo administrarlas. Además, en el Parlamento no se aprobaría ni en sueños. ¿Por dónde salimos del hoyo negro?

Creo que la única salida política y técnica es, en adición a las Superintendencias, cambiar integralmente el modelo regulatorio de la educación particular, con y sin fines de lucro, transformándolo en un contrato de concesión entre los proveedores y el Estado, con similitudes al mercado del agua o la telefonía, en que la calidad y los márgenes de utilidad sean rigurosamente controlados y auditados, con tope máximo. Sinceramente no veo otra.

Mario Waissbluth, Director Académico CSP
Pulso, 10 de julio de 2012