← volver

Desconfianza y desarrollo

Pablo González

Chile es uno de los países con menos confianza hacia las instituciones y entre las personas. La encuesta mundial de valores, por ejemplo, muestra que estamos entre el 20% de naciones de menor confianza. Más preocupante aún, nuestra trayectoria es descendente.

Aumentar la confianza debiera ser una de las tareas más urgentes del próximo gobierno. Ella afecta múltiples variables relacionadas con la agencia (capacidad de perseguir los propios fines) y el bienestar de las personas. La desconfianza aumenta los costos de transacción, disminuye los intercambios mutuamente beneficiosos, impone la necesidad de contratos con múltiples precauciones y garantías e incrementa la necesidad de fortalecer instituciones para velar por su cumplimiento. Disminuye la posibilidad de coordinarnos, aumenta la cantidad e intensidad de los conflictos y reduce la probabilidad de resolverlos.

¿Qué hay detrás de la desconfianza? En el informe de la OCDE Society at a glance 2011 (el próximo sale en marzo), se muestra una relación lineal negativa entre la confianza (medida como el porcentaje de personas que expresa mucha confianza en las otras personas) y la desigualdad (medida según el coeficiente de Gini) de los países (http://www.oecd.org/els/soc/societyataglance.htmCO1.XLS). Los países escandinavos son los con mayor confianza interpersonal (en torno al 90%) y con menor desigualdad. En el otro extremo aparecen México y Turquía (confianza en torno al 20%). Chile no aparece porque tanto su confianza (13%) como su desigualdad están fuera del rango definido para los ejes del gráfico.

Así pues, la desconfianza se relaciona con la desigualdad. Un ejemplo del efecto combinado de ambas aparece en el libro que le valió el premio Nobel de Economía a Elinor Ostrom, donde analiza casos de comunidades organizadas a través del mundo que administran en forma eficiente recursos de uso común (contrariamente a lo que enseñan los libros de texto de microeconomía hasta hoy). Esto, que funciona en países tan diversos como España y Japón, descansa en valores, cultura, instituciones consuetudinarias y, sobre todo, en confianza. La desconfianza y la desigualdad explicarían por qué, según la autora, los arreglos no funcionan en sus casos latinoamericanos.

Reducir la desigualdad, tal como está en el programa de gobierno, no resolverá por sí solo el problema de la desconfianza. Para que lo haga es necesario entender cuáles son sus causas profundas (culturales, valóricas, institucionales) y atacarlas. Los países que lo han logrado marcan un camino posible: construir un orden social impersonal basado en el mérito y en la transparencia, nivelar oportunidades y libertades reales, considerar a las personas y los ecosistemas como fines y no como meros instrumentos del crecimiento o la productividad, profundizar la democracia, la tolerancia, el respeto, la participación y la agencia individual y colectiva. Si avanzamos hacia esa visión no sólo resolveremos la desconfianza y la desigualdad. También seremos un país realmente desarrollado.

Pablo González
La Tercera, 6 de febrero de 2014