No se trata de teorías del “empate”, sino de gerencia pública. Dos proyectos que, con diferentes envergaduras, terminaron en un desastre. Los caracterizó su tamaño y complejidad. No es sólo un problema de costo. Existen enormes proyectos de carreteras que no tienen la complejidad del Transantiago y del Censo.
Lo que los distingue es que en ambos participaban numerosos actores cuyas decisiones no eran controlables por el responsable. En el primer caso, por nombrar algunos, Hacienda, Transportes, MINVU, Intendencia, Metro, alcaldes de oposición y de gobierno, compañías informáticas, bancos, empresas de buses, choferes que no cortaban boleto… y 5 millones de habitantes cuya modificación de hábitos era impredecible. Para cualquier gerente de megaproyectos complejos, con algunos años de experiencia en el cuerpo, lograr esta conjunción en un big bang sin pilotear era una trampa casi mortal, por muy buena que fuera la idea.
En el Censo, la mera idea de pasar de uno de hecho a uno de derecho, con censistas remunerados en lugar de voluntarios, censando en varios meses en lugar de un día, pretendiendo organizar, identificar, contratar, capacitar, remunerar y fiscalizar a cerca de 15 mil encuestadores, sin piloteo y en ocho meses, era un campo minado de riesgos, fácilmente visibles para… un especialista en la gerencia de megaproyectos complejos.
Hasta donde sé, en ninguno de estos casos hubo una persona calificada en gestión de proyectos de alta complejidad. Esta especialidad no se logra en el mundo académico, ni cursando estudios de doctorado como los del Sr. Labbé, ni con conexiones políticas. Es como pretender que Fernando González llegara al ATP Tour sin primero ganar campeonatos nacionales y luego otros de mayor envergadura. La regla de las “10.000 horas de vuelo” para lograr la excelencia se aplica a profesores, médicos, deportistas, músicos y cualquiera que deba enfrentar la complejidad a través de la experiencia, incluyendo a gerentes de mega proyectos.
Si la elite política sigue mirando este tema con liviandad, en cargos que se seleccionen con o sin Alta Dirección Pública (ADP), es cosa de sentarnos a esperar los próximos “condoros”, cualquiera sea la coalición que gane. Por cierto, llevamos tres años esperando una Ley que fortalezca y blinde la ADP. Si no se aprueba este año, y llega a haber un cambio de coalición, la razzia que aplicó este gobierno en el 2010 se transformará en razzia con vendetta en el 2014, y perderán la cabeza tanto los buenos como los malos gerentes públicos que tanto le cuesta al país seleccionar y reclutar.
Mario Waissbluth
La Segunda, 21 de agosto de 2013