Diversos candidatos, bienvenidos sean, han comenzado a entregar propuestas programáticas en torno a la reforma educativa. Es entonces un buen momento para que les hagamos la pregunta del título de esta columna, que detrás de su aparente inocencia contiene implicaciones profundas.
Un informe reciente de UNESCO, en conjunto con Brookings Institutioni, definió 7 dominios clave para el aprendizaje:
1. Bienestar físico: Cómo los niños y los jóvenes utilizan sus cuerpos, desarrollan control motor y entienden y exhiben nutrición apropiada, ejercicio, higiene y prácticas de seguridad.
2. Social y emocional: Cómo los niños y los jóvenes impulsan y mantienen relaciones con adultos y pares. También, cómo ellos se perciben a sí mismos en relación con los otros.
3. Cultura y las artes: Expresiones creativas, entre las cuales se incluyen las actividades de las áreas de la música, teatro, danza o movimientos creativos y las artes visuales, mediales y literarias. También, las experiencias culturales en las familias, escuelas, comunidades y países.
4. Alfabetismo y Comunicación: Comunicación en el/los idioma/s de la sociedad en la que viven los niños y los jóvenes, lo cual incluye el desempeño oral, la comprensión auditiva, la lectura, la escritura y el entendimiento de la palabra oral y escrita en los distintos medios.
5. Perspectivas de lectura y cognición: Las perspectivas de lectura describen el compromiso del estudiante, su motivación y participación en la lectura. La cognición es el proceso mental de adquirir conocimiento a través de estos distintos abordajes.
6. Conocimientos básicos de aritmética y matemática: La ciencia numérica y el lenguaje cuantitativo utilizado universalmente para representar los fenómenos observados en el ambiente.
7. Ciencia y tecnología: La ciencia es el conocimiento específico, o el cuerpo o sistema de conocimientos que comprende las leyes físicas y las verdades generales. La tecnología hace referencia a la creación y utilización de las herramientas para resolver problemas.
Por su parte Gardnerii describió ya en 1983 las múltiples inteligencias que deben ser desarrolladas en los niños para sobrellevar el “test de la vida”: a) lógico-matemática, b) lingüística, c) musical, d) de ubicación espacial, e) kinestésica, es decir, del conocimiento y uso de su propio cuerpo, f) de relaciones interpersonales, g) intrapersonal, es decir, la comprensión de sus propios sentimientos y emociones, y h) del conocimiento de la naturaleza.
Todas ellas deben ser desarrolladas en una delicada y compleja interconexión entre el aprendizaje en aula y la experiencia concreta del niño, solo y en grupos. De sus razonamientos se desprende la obvia conclusión que cada niño debe aprender a un ritmo no necesariamente igual al de los demás, y con énfasis que no son necesariamente los mismos.
Un Ministro de Educación de Singapur, de apellido tan largo y complejo que no me atrevo a escribir, declaró en 2005 que “los niños debieran ser educados para el test de la vida, no para una vida de tests”. Es fácil observar, de estas listas de objetivos educativos, que es literalmente imposible que algunos de sus elementos puedan ser evaluados por las respuestas de los niños en un test de alternativas múltiples, ni siquiera a través de ensayos escritos.
El simplismo reduccionista, especialmente de los amantes del modelamiento estadístico, trata de llevarlo todo al terreno de lo “medible”, pero es importante que comencemos a aceptar que ciertos elementos de la calidad sólo pueden lograrse con profesores y directores que tengan capacidad, cariño y pasión por lo que hacen, y confiar en ellos.
Por otro lado, más preocupante aún, un estudio de Canadáiii, país avanzado como pocos en cuanto a sus niveles de equidad socioeconómica y resultados educativos, señalaba ya en 1990 que en promedio uno de cada cinco estudiantes ha tenido una o más experiencias de alguna de las siguientes naturalezas: abuso físico, sexual o emocional, descuido, alcohol y drogas, presenciar violencia, vida en pobreza, o divorcio parental. No creo exagerar si estimo que esta proporción en el caso chileno sea de tres en cada cinco.
Surgen entonces algunas preguntas de fondo:
¿Tienen estas definiciones educativas implicaciones en cuanto al tipo de estudiantes de pedagogía y educación parvularia que las universidades están seleccionando, en lo referente a su resiliencia y habilidades emocionales? ¿En cuanto al tipo de entrenamiento que les están dando en las Escuelas de Educación, más allá de los conocimientos curriculares? ¿Respecto a la forma y estilo de educar que hay en las escuelas, particularmente las más vulnerables?
¿Está el sistema educativo, con su obsesión curricular y de énfasis casi intolerable en los resultados de SIMCE y PSU, ayudando verdaderamente a nuestros estudiantes a sobrellevar el “test de la vida”?
¿Tiene sentido que continuemos tolerando que muchas escuelas continúen violando flagrantemente la Ley General de Educación, seleccionando alumnos en Básica, y desprendiéndose de los menos aventajados o con mayores dificultades, para enviarlos a los guetos socioeducativos en que se están convirtiendo las escuelas municipales, aun cuando se les otorgue la – por cierto que bienvenida – subvención preferencial?
¿No habremos cometido un grave error al aprobar una ley que obliga a la Agencia de la Calidad a valorar las escuelas sopesando el resultado de los test del SIMCE – en nada menos que dos tercios del total – para la elaboración de un preocupante y cuestionable ranking de “calidad”, además sin considerar si acaso estas escuelas están seleccionando o expulsando alumnos indebidamente?
¿Podemos verdaderamente sacar a los niños vulnerables adelante si los tenemos hacinados en verdaderos guetos socioeducativos en que la mayoría de sus pares ha experimentado alguna de las situaciones traumáticas arriba señaladas?
Nelson Mandela dijo en una ocasión: “No hay una manera más precisa de revelar el alma de una sociedad que ver la forma en que trata a sus niños”.
Los candidatos tienen ahora la palabra para darnos respuesta a algunas de estas inquietantes preguntas.
i UNESCO (2013) “Hacia un aprendizaje universal: Lo que cada niño debería aprender”, Comisión Especial sobre métricas de los aprendizajes, Resumen ejecutivo.
ii Gardner, H. (1983) Inteligencias múltiples, Paidos.
iii Brendtro, L. K., M. Brokenleg and S. Van Bockern (1990), Reclaiming Youth at Risk: Our Hope for the Future, Solution Tree Press.
Mario Waissbluth
Blog de La Tercera, 29 de mayo de 2013