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La elite pasmada

Pablo González

En su libro “Violencia y orden social”, North, Wallis y Weingast presentan una teoría sobre el desarrollo económico que es útil para entender la situación actual de nuestro país. Estos autores constatan que los 25 países económica y políticamente más desarrollados del mundo no han exhibido tasas anuales de crecimiento espectaculares sino que lo han hecho en forma moderada, sostenida y estable, evitando los retrocesos que afectan el progreso del resto de los países. Asimismo, destacan la gran cantidad de organizaciones de la sociedad civil que existen en estos países, que supera por varios ceros las del resto del mundo. Es precisamente esta sociedad civil fuerte y bien representada en las instituciones de la democracia la que permite el crecimiento sostenido y estable.

Contrariamente a lo que otros autores sostienen, North, Wallis y Weingast sugieren que la democratización del poder no produce políticas populistas –las que, en último término, producen períodos de crecimiento seguidos de desastrosos retrocesos– sino que éstas surgen de disputas de poder dentro de la elite dominante, que muchas veces son dirimidas mediante el empleo de la fuerza. Fue lo que ocurrió con el golpe militar en 1973 en Chile o lo que está ocurriendo, con un sentido inverso, hoy en Venezuela.

Estos autores explican que la mayoría de los países en la actualidad son sociedades de orden cerrado, donde una elite controla el poder y utiliza las instituciones en su provecho. Estas sociedades son inestables por cambios en la correlación de fuerzas dentro de la elite y viven episodios esporádicos de violencia, porque no existe el monopolio del uso de la fuerza supeditado al poder civil. Lo opuesto ocurre en las 25 naciones que han hecho el tránsito desde el “orden cerrado” al “orden abierto”. El punto crucial de este proceso es el paso de iguales derechos para la elite a iguales derechos para todos los ciudadanos.

Quizá el marco conceptual que estos autores nos ofrecen nos ayude a entender mejor a Chile hoy, mirarnos con más optimismo, recuperar la brújula y tomar las medidas apropiadas. Nuestra elite está pasmada y reclama por los signos de su distinción, que ya nadie tolera. Entender eso ayudaría a que las conductas de todos estuviesen a la altura de los tiempos. Pero más importante, permitiría apurar, con buenas decisiones, la construcción de una sociedad de iguales, con una sociedad civil fuerte que controle al poder político y ponga límites a una elite hoy percibida como desmesurada y voraz, pero que, en el fondo, sólo es humana. En nuestro país está latente la capacidad de conducción, gobernanza y recaudación que podría llevarnos a la anhelada igualdad, que no es la de resultados del socialismo fracasado, sino la de derechos y oportunidades que, con distintos énfasis, liberales y socialdemócratas comparten.

Esto requiere mucho más que más transparencia, mejor regulación o reglas claras de financiamiento de la política. Requiere compartir el poder.

La Tercera. 6 de abril de 2015