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El beneficio de la duda

Mario Waissbluth

Durante 30 años hemos tenido un sistema de libertinaje y abusos de todo orden. En la distribución del ingreso, en la previsión, las farmacias, la educación escolar, en la superior, los derechos de pesca y de agua, en lo que usted quiera y guste. Hasta que el 2011 la gente, legítimamente, explotó en las calles y en las redes sociales. El 2006 fue el temblor premonitorio, el sismo grande ocurrió en 2011, y todavía estamos viviendo las réplicas.

Hay rabia acumulada. Esto es, en lo esencial, lo que llevó a la pérdida de las elecciones de la Alianza, que fue sin duda alguna la diseñadora original de este “modelito”, por mucho que sus cifras macroeconómicas hayan sido positivas en este último período.

La Nueva Mayoría
Tenemos ahora en el gobierno, con escasas modificaciones y adiciones, a la misma coalición que durante 20 años no pudo, y en algunos casos no quiso, cambiar estructuralmente el modelo implantado en dictadura. Ganó esta vez con abrumadora mayoría en la elección presidencial y parlamentaria. La gente ha creído -y ha expresado en las urnas- que ahora sí hay decisión de cambiar las cosas. Los que tendrán que cambiarlas son, en muchos casos, los mismos ex ministros, ex subsecretarios, funcionarios y parlamentarios que en su momento convivieron a disgusto, o en algunos casos con cierto entusiasmo, con el “modelito Chicago” y los abusos correspondientes.

Sin ir más lejos, todos sabían -y sabíamos por años- que muchas universidades supuestamente sin fines de lucro, lo hacían, y hasta se festejaban las transacciones en la prensa con desparpajo. La única que se atrevió a denunciarlo el 2005 fue la periodista María Olivia Monckeberg y nadie la escuchó o quiso escuchar. Por ende, en principio, uno podría poner en la picota al 90% de los parlamentarios y funcionarios de la Nueva Mayoría por tener esta mancha en su pasado (y muchas otras).

¿Qué hacer entonces?
Transformar con cierta estabilidad política y económica uno de los modelos más neoliberales, mercantilizados y desregulados del mundo en otro un poco más sensato, más afín, por decirlo de alguna manera, a las socialdemocracias del norte de Europa, es un desafío enorme y complejo en lo técnico, político y financiero.

Irnos por “la fácil” y transformar Chile en un modelo de populismo barato e irresponsable, en que se gasta más de lo que hay, en que se aceptan acríticamente todo tipo de presiones, reivindicaciones y demandas (por legítimas que sean) termina invariablemente dejando a los pobres más pobres que antes. Somos un país integrado al mundo, y le guste o no a muchos, nuestro bienestar depende en buena medida de nuestro comercio internacional, de clasificaciones de riesgo, de nuestra credibilidad con el mundo avanzado. Este tránsito a la nueva normalidad requerirá de decenas de cambios legislativos, programáticos, presupuestales, tributarios, en el orden correcto, para no desbarrancarnos.

Cada uno de estos cambios será obviamente criticado desde la derecha por atentar contra su sacrosanto modelo, y será criticado por los legítimamente enrabiados como “tímido”, “una comprobación más de que son los mismos de antes que nos están metiendo nuevamente el dedo en la boca”.

Si la sociedad chilena no es capaz de iniciar esta nueva ruta con un mínimo de serenidad, si la prensa, los movimientos ciudadanos y los parlamentarios van a transformar cada una de estas legítimas discrepancias en una ocasión para sacar a relucir todo tipo de epítetos, prejuicios, asignación de dobles intenciones y descalificaciones (y de pasadita obtener algunos titulares de prensa), es casi seguro que ninguna de estas imprescindibles reformas se logrará.

El beneficio de la duda
Según Wikipedia (miren qué burdo soy para obtener referencias) “la absolución por el beneficio de la duda es una sentencia judicial penal absolutoria fundada en la falta de plena prueba sobre la culpabilidad del imputado”. Propongo entonces que le demos al nuevo gobierno una tregua, que le demos el beneficio de la duda. Por una vez que sea, partamos haciendo un gesto de confianza, en este país que es la capital mundial de la desconfianza interpersonal e institucional.
Si a la vuelta de algunos meses vemos en los hechos que esto es “más de lo mismo”, yo seré el primero en salir a la calle con los dirigentes estudiantiles a chillar. Pero por ahora, creo que nos toca esperar, colaborar, discutir las reformas con serenidad, solucionar las discrepancias por la ruta democrática y abstenernos de caer en el festival de descalificaciones al cual desgraciadamente nos hemos acostumbrado. Llegó la hora de avanzar con calma, sin prisa, pero sin pausa, con el beneficio de la duda.

Mario Waissbluth
Voces La Tercera, 3 de febrero de 2014