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¿Educación superior gratuita?

Pablo González

La evidencia internacional es contundente sobre las elevadas tasas de rentabilidad privada que facilita la educación superior en el mundo en desarrollo. En Chile, las estimaciones están en torno al 20% y los que acceden a la educación superior conforman un grupo aún minoritario en su tramo de edad, donde los grupos de mayores ingresos están sobrerepresentados.

Asimismo, las altas tasas de rentabilidad que conlleva la educación superior ubican a un porcentaje importante de los graduados universitarios en los grupos de mayores ingresos, por lo que la gratuidad está reñida con la equidad desde una perspectiva ex post.

Estos son los principales argumentos por los cuales la mayoría de los economistas argumenta en contra de la gratuidad en este nivel. Frente a la escasez de recursos públicos, es mejor priorizar los otros niveles educativos. Por ejemplo, mejorar la calidad de la atención preescolar a partir de los tres años, así como los recursos con que cuentan las escuelas, comenzando por las que atienden a la población más vulnerable y los primeros años.

También existen otros problemas asociados a la gratuidad. Si no se paga por el uso de los recursos, se reducen los costos de no graduarse. También las universidades tienen menos incentivos para cuidar su matrícula, ya que su financiamiento no depende de ella. Cabe reconocer que esto se puede abordar por el lado de la oferta, a través de sistemas de financiamiento institucional que incentiven la graduación y la retención. Con todo, lo que se observa es que los años promedio de graduación y la deserción son mayores en las instituciones gratuitas.

Adicionalmente, la sempiterna limitación de recursos públicos pone trabas a la expansión de la matrícula y a mejorar las remuneraciones del personal, problema que enfrenta la mayor parte de los países que históricamente han seguido esta opción, varios de los cuales buscan fórmulas para salir de este dilema. Estados Unidos, en cambio, logra atraer a los mejores talentos del mundo, en parte porque el elevado gasto público y privado permite pagar mejor a sus académicos y destinar más fondos a la investigación.

La combinación de cobro parejo para todos más becas completas para los primeros quintiles y crédito contingente a ingresos es la combinación óptima sugerida por la teoría económica convencional. Idealmente, la ayuda estudiantil debería cubrir los costos de oportunidad, es decir, no sólo los aranceles de las instituciones, sino que también los ingresos que se dejan de percibir por el hecho de estar estudiando, al menos para los estudiantes de mayor vulnerabilidad. De lo contrario, se deben entregar facilidades para compatibilizar estudio y trabajo, concentrando las clases en la mañana o en la tarde (medida que no requeriría duplicar la infraestructura en las instituciones sino que manejar los cursos de las distintas promociones en horarios alternados).

La administración de las becas también debe mejorar, para asegurar el financiamiento de los estudiantes más vulnerables al momento de la inscripción. En el sistema escolar los estudiantes no tienen que esperar a que se conozca la necesidad total para que el Estado garantice el pago de la subvención.

Pablo González, investigador Centro Sistemas Públicos
La Tercera, 4 de octubre de 2011