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La mano visible del Estado chileno, columna en coautoría con José Inostroza

Javier Fuenzalida

Si durante los años 60 los problemas que preocupaban al país estaban concentrados básicamente en la tasa de analfabetismo (16%), la mortalidad infantil (13%), la desnutrición de este mismo segmento etario (37%) y una esperanza de vida que alcanzaba sólo a los 57 años, en décadas posteriores el espectro de desafíos ha ido cambiando.

Hacia fines de los 80, la cobertura en educación media alcanzaba sólo al 65%, y al 16% en educación superior, en tanto que la pobreza se situaba en 45% de la población.

Hoy las demandas de la ciudadanía son de otra naturaleza: una mejor calidad educativa, independiente del origen social y con estándares OCDE; igualdad de derechos para homosexuales; proyectos energéticos efectivos pero sustentables y respetuosos de las comunidades; salud para una población con altas expectativas de vida (79 años); más participación en decisiones nacionales y locales, y mayor transparencia y equidad en los mercados de consumo, entre otras.

Sin duda, las necesidades han aumentado y evolucionado cualitativamente y probablemente el caso de Chile debe ser uno de los más dramáticos del mundo en este sentido. Por ejemplo, la “mortalidad infantil” de antaño se transformó en “listas de espera para enfermedades complejas”, el “analfabetismo” pasó a ser la “equidad y calidad educativa” y la “pobreza” es ahora “igualdad en el ingreso y justo tratamiento laboral”. Se trata de un proceso dinámico y, en cierto sentido, paradójico: el éxito del Estado de ayer ha impulsado nuevas demandas que complican la efectividad del Estado chileno de hoy.

Este ciclo, necesidades-cobertura-aumento y evolución de las necesidades, es una de las claves para entender el desarrollo de un país, por tanto, es razonable y beneficioso que la dinámica continúe adelante en Chile, una misión en la que el Estado es EL actor. Esto, porque los problemas devienen cuando hay ausencia de proactividad y gobierno público en el proceso de responder a los nuevos desafíos, o lo hace de modo inoportuno o con baja calidad. Es como si Ford, para su estrategia en el mercado automotriz actual, siguiera con su archifamoso eslogan “se puede pedir cualquier auto siempre que sea negro”.

El caso de educación es muy ilustrativo. Durante los 90 aún quedaban desafíos en cobertura básica (91,3%) y media (80%). Para resolver esto, se mantuvieron los mecanismos de mercado de los 80 que ofrecían fuertes incentivos, bajas barreras de entrada y baja regulación para aumentar el número de colegios privados beneficiarios de una subvención pública, de tal manera que la “oferta” reaccionara “rápidamente” a la demanda. Sin duda, el enfoque estuvo mucho más pensado para la cobertura que para la calidad, pese a que los desafíos de calidad estaban a la vuelta de la esquina. En simple, programas más programas menos, el Estado puso un piloto automático. Así, era previsible que la mantención de esos mecanismos sobre-teorizados y pro-mercado de los 80 afectarían tarde o temprano la calidad educativa, al no abordarse con energía suficiente la complejidad estratégica de la calidad y confiando casi exclusivamente en la “mano invisible”. ¿Resultados? Casi 100% de cobertura, pero con 40% de niños que egresan de educación básica sin comprender lo que leen.

El sistema medioambiental es otro caso. Desde principios de los 90 se creyó que bastaba con una institucionalidad que entregara cobertura temática, procesualista y reactiva a los temas medioambientales. Pese a que se registró un avance en la materia, pues antes no existía iniciativa alguna, se diseñó un sistema basado en evaluaciones de las empresas que debían ser observadas por diversos funcionarios del Estado con un enfoque técnico-normativista y no global. Una vez más, exceso de burocracia de baja complejidad cuyas consecuencias se evidencian hoy: un país con enormes necesidades energéticas sin políticas medioambientales sustentables de largo plazo, miles de personas protestando en las calles y, lo que es peor, la inexistencia siquiera de un horizonte claro de salida.

Un último ejemplo: la corrupción de La Polar. Esta empresa de retail y crédito masivo abusó con   repactaciones ilegales y excesivas tasas de    interés. Cerca de 400.000 personas afectadas (!), pese a que el Estado cuenta con un organismo de protección al consumidor, una superintendencia de valores y otra de bancos. Los indicios relevantes estaban disponibles y bastó un abogado joven, con capacidad analítica suficiente y voluntad de empujar el caso, para que estallara el escándalo. Cientos de profesionales y millones de dólares de presupuestos públicos fueron incapaces de procesar con inteligencia los datos y menos elaborar estrategias adecuadas. Una vez más, un Estado enfocado en una respuesta de cobertura rutinaria y más bien reactiva.

El Estado, sin embargo, no siempre ha actuado así. Existen casos en los cuales sus respuestas han sido indiscutiblemente adecuadas y ni siquiera es necesario revisar experiencias internacionales para encontrarlas. Las políticas de salud chilenas de las últimas cinco décadas han sido efectivas y eficientes, llevando al país a estándares de país desarrollado, lo que se refleja en un aumento considerable de la esperanza de vida de 79 años, al 2009; una radical disminución de las tasas de mortalidad infantil, de 139 a 8,5 casos por cada 1.000 nacimientos, entre 1960 y 2009, y un desempeño único para enfrentar enfermedades contagiosas masivas. La pregunta cuasi automática que cabe hacerse aquí es si el Estado desembolsó una importante cantidad de recursos para obtener estos logros. Según un estudio del Banco Central Europeo del año 2000, Chile se sitúa en el lugar número 1 en eficiencia en salud, sí número 1, superando a países como Noruega y Canadá. Es decir, cuenta con excelentes resultados a un costo menor que en países desarrollados.

¿Qué podemos aprender del caso de salud?

a).-El Estado lideró o si se quiere “gobernó” y no esperó que una ‘mano invisible’ -por muy bien regulada que estuviera- hiciera el trabajo, dado que la responsabilidad era y sigue siendo pública;

b).- no se pretendió partir desde cero en cada gobierno, las políticas se sustentaron en una gran comunidad profesional de reputados salubristas con claros objetivos sanitarios (se podía innovar, pero en función de metas que fueron explícitas y persistentes);

c).- siempre se miró el futuro y no sólo el presente, por lo que hubo planificación de largo plazo;

d).-se privilegiaron criterios prácticos adecuados a la realidad chilena y no sólo soluciones teóricas basadas en manuales;

e).- y, por último, las organizaciones encargadas no dejaron de aprender todo el tiempo y generaron una identidad en torno a su misión.

Finlandia, Corea, Singapur, Alemania e Irlanda son casos notables de cómo países salieron de graves problemas socioeconómicos alcanzando logros extraordinarios, en los cuales la mirada de largo plazo, el liderazgo estatal y la persistencia en los procesos públicos hicieron la diferencia. Ningún país del mundo ha alcanzado estándares de desarrollo sostenibles con Estados timoratos a los cuales hay que ir a golpearle la puerta para despertarlos y avisarles que el futuro se acerca. Durante el último tiempo, la puerta en nuestro país ha sido golpeada en reiteradas ocasiones y las soluciones no se ven, ¿habrá que esperar mucho más?

José Inostroza, Director Ejecutivo del Centro de Sistemas Públicos (CSP), y Javier Fuenzalida, Director de Investigación del CSP
Revista América Economía, 22 de agosto de 2011