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La historia que me contó Natalia

Mario Waissbluth

Aclaración de entrada. Esta columna no fue escrita por un servidor, sino por Natalia Rebolledo, quien actualmente trabaja en el Ministerio de Vivienda y Urbanismo. Sólo al final agregaré unos comentarios de mi cosecha.

La historia de Natalia: “Cuesta pensar que en este país haya ejemplos de educación de calidad sin fines de lucro, socialmente integrados, y sin exclusión. Pero este ejemplo si existe. Quiero mostrar la realidad de un jardín infantil de un servicio público, que no es diferente a jardines similares. Al menos los siguientes organismos públicos cuentan con un jardín infantil dentro del servicio: Contraloría General de la República, Ministerio de Salud, Ministerio de Vivienda y Urbanismo, y Ministerio de Obras Públicas.

En este jardín en el cual tuve la oportunidad de trabajar este año, los funcionarios (99% mujeres) pertenecen a la dotación del Servicio (plantas y contratas), por lo que los sueldos del personal y el financiamiento para el funcionamiento del recinto están dados por el presupuesto de dicha entidad. Los apoderados pagan un aporte mensual, que va desde $0 a los $50.000 dependiendo de su ingreso. Este aporte es administrado por el Centro de Padres y se maneja de forma paralela al presupuesto del servicio, permitiendo financiar profesores especializados o  materiales que no son financiables con el presupuesto corriente. Este dinero se reinvierte en el Jardín y no hay lucro de por medio.

Además del proceso educativo, se provee el traslado de los niños desde la institución al Jardín en la mañana, y en la tarde desde el Jardín a la institución. Además el Jardín provee desayuno, almuerzo y colaciones. Para facilidad de los apoderados, funciona en horario laboral, el bus sale del Servicio a las 8:30 y llega con los niños de vuelta a las 17:30.

Aquí se educan hijos de funcionarios que provienen de diferentes estamentos. Por ende, tienen raíces socioeconómicas distintas entre sí, con entornos muy diversos. Algunos son hijos del auxiliar que reparte la correspondencia, otros son nietos del Jefe de División, o hijos de profesionales, de personal a honorarios, hasta hijos del cuidador del león en el caso del Ministerio de Vivienda. Pero en el Jardín son todos iguales, comparten, juegan, aprenden, disfrutan y se educan de la misma manera. Sin discriminación, sin exclusión.  En este Jardín el 37% de los apoderados pertenece al estamento profesional, un 22% al administrativo, un 18% al técnico, un 11% son honorarios, un 9% auxiliares y un 3% es directivo.

Si el Estado tiene este tipo de iniciativas al interior de sus servicios, promueve la integración social y funciona bien, ¿por qué a nivel país no lo hace? En cambio, continúa incentivando la segregación de las clases sociales.

Me pregunto. ¿Por qué nuestro Jardín persiste? ¿Por qué no lo han traspasado a terceros? Creo que se debe a que este servicio es muy apreciado por los funcionarios que, en cada reunión de apoderados, se juntan todos por igual; auxiliares, profesionales, administrativos, técnicos, jefaturas, jardineros y cuidadores de animales del Parque Metropolitano, y no hay mayores dramas, porque el fin es la educación de los hijos. Y si tienen a los niños aquí es porque piensan que es la mejor alternativa para educarlos, aunque algunos tengan más recursos para colocar a sus hijos en otro Jardín. La gracia de este sistema es que funciona.

¿Qué resultados sociales habría si esos niños se siguieran educando juntos? ¿Si al finalizar el Jardín tuvieran la opción de seguir aprendiendo sin importar dónde nacieron y en qué trabajan sus padres? ¿Tendríamos un país menos desigual? ¿Menos segregado?

Suena bonito, lástima que actualmente una vez que el Jardín termina, cada niño se inscribe en el colegio que le toca de acuerdo a su estrato social. Y probablemente al terminar el colegio no recuerde que sus compañeros del Jardín venían de diferentes sectores y que les enseñaban a todos por igual. Y que los padres, pese a sus diferencias, eran capaces de ponerse de acuerdo en pos de mejorar la calidad de la educación de sus hijos.”

Hasta aquí la historia. Ahora mis comentarios. Como dice Natalia, estos apoderados no tienen problema en juntar a sus hijos. Es más, les gusta, no sólo porque están en excelentes jardines, sino porque aprecian la convivencia de amplios sectores sociales. Seguramente, en alguna parte de su memoria, estos niños serán más capaces en el futuro de empatizar con los demás, aunque tristemente los terminan segregando al ingresar al sistema escolar, pues no existe la escuela básica del Ministerio ni nada que se le parezca en materia de integración social sin exclusiones.

La segregación social del sistema educativo es una de las peores lacras de Chile, no sólo por razones escolares, sino también de cohesión social. No creo en los experimentos tipo “Machuca”, puesto que tratar de integrar jóvenes adolescentes, que no conocieron otras clases sociales desde pequeños, no es imposible, pero es muy cuesta arriba.

Mi sueño sería que todos los jardines de Chile fueran gratuitos, funcionaran como este, y que de ahí en adelante comenzáramos gradualmente a integrar esas cohortes de niños a medida que avanzan en el sistema escolar. Sería otro país, más amable, menos sectario, menos desconfiado, e incluso mejor educado. Por esto voy a seguir luchando cuanto tiempo sea necesario. Gracias, Natalia, por la historia que me relataste.

Post Data. A las pocas horas de postear esta columna recibí un interesante twitteo, de Sergio Pirinoli. Su contenido es una mini historia en 140 caracteres de lo que podría ser el futuro de Chile: “Fui al jardín del que habla Naty. De los mejores años de mi vida. Aún tengo amigos que eran hijos de administrativos y de jefes de mi padre”.

Mario Waissbluth
Blog La Tercera, 18 de noviembre de 2012